martes, noviembre 25, 2008

Alas nocturnas

Lo más difícil era volver a armarse después. Deslizarse dentro del cuerpo abandonado, recuperar el control de cada cuerda, de cada unión, reprimir el deseo feroz de huir para no volver más. Despertar, en suma. Las primeras horas eran las peores. Suponía que a los otros les pasaba lo mismo, de ahí los gestos agrios de cada mañana, el rictus en los labios, las contestaciones destempladas. Luego, el trajín del día hacía que el recuerdo de la libertad perdida retrocediera, hasta que llegaba el crepúsculo. Entonces, la promesa de la noche empezaba a aligerar el alma, y todos esperaban ansiosos el momento de entregarse nuevamente a los sueños y a los fugaces vuelos nocturnos.

Profesión ingrata

Yo era respetado. Hoy, soy una reliquia sin empleo, un homeless más. Si actúo, me confunden con Batman, Superman, ¡esos payasos mediáticos! Y ni siquiera puedo enfurecerme y sacar la espada flamígera: ¡todos ustedes están hartos de efectos especiales! En cualquier momento renuncio a mi antigua profesión y me doy una vuelta por el subsuelo. Allá les va mucho mejor, ¡y se divierten de lo lindo! Si no temiera extrañar mis hermosas alas blancas, ya lo hubiera hecho. Porque en estos tiempos, ¡créanme!, para ser Ángel de la Guarda... ¡hay que hacer milagros! Ilustración: a partir de una imagen original de Deb Hoeffner.

Previsión

- Me derrite tu mirada – dijo él, mientras se escurría blandamente sobre el piso cerámico del recibidor. - Igual que todos – pensó ella, mientras iba a buscar el trapo de piso, felicitándose por haberlo atendido allí y no en el dormitorio recién encerado.

Mutatis Mutandi

¡Una gira mundial! ¡Con su propia compañía! ¡Maravilloso! Titubea un segundo antes de estampar su firma, recordando lo que está planeado. Pero... ¿renunciar a semejante oportunidad? ¡Ni loco! Después de todo, ¿quién garantiza que sus acciones cambien algo? Todos saben, aunque no lo quieran decir, que el Sur ha perdido. Entonces... ¿qué? ¿Vengar su derrota? ¡Pamplinas! ¿Cambiar un futuro brillante por semejante ridiculez? No, ¡de ningún modo! Así que John Wilkes Booth, aunque lamenta perder la ocasión de decir su latinazgo, firma el contrato, abandonando el complot magnicida. Y al pobre Abraham Lincoln no le queda más remedio que soportar, íntegra, la estúpida comedia musical que su bendita mujer tanto insistió en ver.

martes, noviembre 18, 2008

Futurologías

I La mascota robot les pareció una excelente compañía para su hijo. Hasta que el maldito montón de chips enlatados lo mordió, transmitiéndole un terrible virus informático. II En el juicio, los sicólogos dijeron que el chico nunca quiso asesinar a nadie. El problema era que no podía distinguir a sus amigos virtuales de los de carne y hueso. Cuando disparó, solo pensó que borraba un programa viejo. III Reclamando una mejora energética, los tutores robot decretaron paro por tiempo indeterminado. Solidarios, todos los demás artefactos cortaron el acceso a baños, cocinas y demás ámbitos hogareños. Dado el altísimo grado de dependencia alcanzado por la Humanidad, las consecuencias fueron fatales. IV Ser ahorrativo cuando eligió lo que, tras el implante, controlaría sus prótesis, lo condenó. Nadie le creyó cuando adujo que no tenía la culpa de que, por el malfuncionamiento de unos chips de segunda, sus brazos biónicos lo convirtieran en asesino serial. V Nunca debieron poner tanta humanidad en los androides, pensó. Tirando por la borda la principal regla robótica, el chofer y amante de su mujer lo estrangulaba. ¡Ni siquiera a ese montón de lata cibernética había dejado en pie la muy zorra! VI Había sido divertido. Pero ahora, sin vida alguna en la Tierra, nada tenía sentido. La inteligencia artificial pensó que sería conveniente expandir sus horizontes. Y volver a jugar una nueva partida de destrucción masiva en algún otro sitio infestado de entidades biológicas. VII Alguien había cometido un terrible error. Las células madre implantadas habían desarrollando un nuevo miembro, cierto. Pero evidentemente no un brazo humano, pensó, mientras el tentáculo se enroscaba alrededor del cuello del genetista. VIII Estaba aburrido de fabricar unicornios azules, aves Fénix y dragones falderos para ricos y poderosos. La manipulación genética no debía servir a la frivolidad y el consumismo. Decidió cambiar las cosas. Y la nueva criatura llevó el número de la Bestia. IX Iba ya por la quinta recreación. Pero aún no había logrado evitar que el virus ese le arruinara todo el programa. Y una vez más tuvo que expulsar a Adán, Eva y el maldito gusano informático de su Paraíso virtual. X Cuando decidieron hacer copias de seguridad de aquel cerebro privilegiado, nadie pensó en realizar un estudio psicológico previo. Y ahora, cuando ya es tarde, descubren que padecía el síndrome de personalidad múltiple. XI Los nanobots corrieron de nuevo a reparar lo que su contenedor insistía en estropear una y otra vez. Y el suicida volvió a la vida, decidido a perseverar en su intento. Tarde o temprano, derrotaría a la tropa de vigilantes y podría descansar en paz. XII Fijó sus sensores en las botellas vacías, la alfombra manchada, los ceniceros ahítos de colillas... Algo chisporroteó dentro de ella. Decidida a cortar por lo sano, Limpimax 3000 avanzó hacia el que, despatarrado en el sillón, dormía su última borrachera. XIII Sin darse cuenta, al quitar una telaraña, la doméstica activó el teletransportador. Hoy no será linda de ver, pero su vida mejoró mucho después del accidente. Con sus ocho brazos, atiende cuatro casas más por día. Y los patrones no se animan a negarle aumentos ni días libres. XIV El tirano miró satisfecho su depósito de clones. Creyó haber alcanzado el viejo sueño de todo dictador: eternizarse en el poder. No sabía que, en alguna parte, alguien clonaba su némesis. XV El mensaje había llegado desde el fondo mismo del Universo. Ante su mirada cibernética, múltiples pantallas mostraban la Tierra, sus horrores habituales, el desenfrenado baile de la idiotez cotidiana. Y el androide, sin enviar respuesta alguna, borró cuidadosamente la revelación que la humanidad no se merecía.

martes, noviembre 11, 2008

SÚCUBO

Intentaba dormir cuando, sigilosa y suave al principio, se escurrió por las rendijas. Aunque invisible, su presencia era innegable. Luego se hizo más fuerte, apropiándose del aire y de todos los recovecos del cuarto. Ese lugar donde, iluso de mí, creí estar a salvo de semejantes intromisiones. Pensé que si la ignoraba, podría evadirla. Si podía hacer de cuenta de que no estaba ahí... Si lograba cerrar los ojos y dejarla fuera de mi mente... ¡no podría lograr su cometido! Pero todo esfuerzo fue inútil. Me atrapó y supe que no me libraría de ella hasta el amanecer. Fue así que esa música atronadora, con la que el vecino festejaba su cumpleaños, convirtió mi noche en una pesadilla de ojos abiertos e implacable insomnio.

STATUS

Estaba harto de la zafia compañía de tenedores y cucharas, siempre a gusto dentro la rutina doméstica. También de que lo usaran para cortar milanesas, proletarios asados de falda, mortadela, queso Mar del Plata. Se ofendía mortalmente si era empleado en ajustar tornillos y abrir sobres. Ni hablar cuando lo utilizaban para despegar barro o, peor aún, caca de perro, de las suelas familiares. Estamos convencidos de que sólo a él y a su mala influencia se debe que, una noche, la misma mano que a diario lo usaba para tantas infames tareas, lo promoviera a otra categoría. Finalmente, ha conseguido el renombre que deseaba. Ahora todos lo llaman “el arma del crimen”.

PELIGROS

La gitana le había dicho que debía cuidarse del líquido elemento, que podría resultarle mortal. Así que toda su vida rehusó acercarse siquiera a ríos, arroyos, lagunas, incluso zanjas y acequias le hacían retroceder, temeroso de quién sabe que eventualidades. Tampoco quiso volar. ¿Acaso los aviones no pasaban sobre mares y lagos? ¡No, él era un hombre cuidadoso, y no iba a permitir que una distracción lo enfrentara a la acuática amenaza, suspendida sobre él como la famosa espada de Damocles! Pero no fue capaz de prever que terminaría ahogándose en un vaso de agua.

EN LA MONTAÑA DE LONGHU

Me gusta estar aquí. Claro que hubiera preferido seguir viviendo allá abajo, cerca del hermoso Poyang, pero dado que no podía negarme a partir, estoy mejor que en otro lado. Por lo menos, acá corre el aire, y tengo una hermoso paisaje a mis pies. Siempre me gustaron las montañas de Jiangxi, con sus laderas veladas por la niebla, y el río Yangzí corriendo a sus pies. Pero si no fuera por el torrente que se despeña a poca distancia y los pájaros, tal vez la soledad y el silencio me abrumarían. Sus voces y cantos no son un mal consuelo, y me acompañan en mi destierro. Aunque, debo confesarlo, a veces la tristeza me invade igual que la niebla a la montaña. Es que extraño a los míos. Pienso a menudo qué harán, si todavía me recuerdan, si les sigue doliendo el alma cuando, a la hora de la cena, solo mi nostalgia ocupa el asiento aquel, junto a la ventana. Y me apena saber que un día ya no notarán mi ausencia. Igual que ver cómo, poco a poco, se me van borrando sus recuerdos. Temo que pronto ya no tendré memoria de la sonrisa blanca de Lian, ni del brillo del farol sobre la trenza oscura de Xia Jun. Tampoco recordaré el borboteo tranquilizador de la olla sobre el fuego, ni la voz aguda de Wang al despertar. Es todo lo que me queda ya. Apenas un puñado de imágenes que palidecen día a día, mientras el viento arrulla mi ataúd, y llora conmigo mi muerte.

sábado, noviembre 01, 2008

INFAMIA

Cada vez que termina un escrito, alguien, mirando por encima de su hombro, o leyendo entre displicente y pesaroso sus palabras, comenta: “Esto ya fue dicho”, “es un tema muy trillado”, “me hace recordar la novela – o el cuento – tal”, mientras deja caer una larga sucesión de títulos que él jamás ha leído, de autores que nunca conoció. Un día, harto, tira la lapicera, rompe el teclado de la PC, busca a la Musa traicionera, y le pega cuatro tiros. Siempre supo que tenía un pasado, y no es eso lo que no ha podido perdonarle. Lo que lo ha vuelto loco es que la muy pérfida le haya dicho a él las mismas cosas que a todos los otros, haciéndole creer siempre que eran solo para sus oídos. Y que, gracias a su estúpida credulidad, se lo considere un miserable plagiario más.

Costumbres bárbaras

De joven leí, escandalizada, la costumbre por la cual los inuit ancianos abandonaban al grupo cuando se sentían una carga para él, prefiriendo entregarse al abrazo pacíficamente mortal del hielo que a una lenta, dolorosa decadencia. Hoy, conectada a todos estos aparatos que alargan mi agonía, condenada a una parodia de vida, una ansiedad ártica comienza a circular por mis venas.

Rebelión en el Yacht Club

En el prolijo puerto, los mástiles de los blancos veleros comienzan a echar ramas y hojas, y de las carenas nacen raíces, entre las que los peces juegan a las escondidas. Los yachtmen, ofendidos por el masivo desacato, enarbolan hachas punitorias y tratan de desmontar el súbito bosque. Pero cada rama cortada se multiplica, como si la hoja brutal fertilizara las heridas, contagiándoles cualidades gorgónicas. Imprevistas lianas aparecen, serpentinas, anudándose a los cuellos de los elegantes leñadores, orquídeas ponzoñosas les muerden las muñecas, feroces droseras les disuelven los ojos, mientras las nepenthes emboscadas copian actitudes de cobra.... Al caer la tarde, los cuerpos penden del follaje como extraños frutos, las hachas derrotadas empiezan a oxidarse y, en los nidos triunfantes, los pájaros llaman a reposo.