domingo, agosto 19, 2007

Con este cuento

saqué una mención en el concurso organizado por el Ayuntamiento de Sallent, en España. Hace un tiempo recibí la antología donde figura junto a los demás premiados. Espero que a uds. también les guste... PARA IR A JUGAR... Vivir en una casa ruinosa por lo general deprime. Yo no soy la excepción, lo confieso. Sin embargo, no deja de tener sus ventajas o, mejor dicho, sus compensaciones. Por ejemplo, esas manchas de humedad, o los hongos que extienden sus negruras sobre la pared (que alguna vez fue blanca). No, no se me asombren. Todo es cuestión de tener imaginación. Eso salva. Porque una empieza a ver otras cosas allí donde cualquier hijo de vecino no vería más que decadencia o, peor aún, desidia. ¿Qué veo? A ver… Un día me encuentro, por ejemplo, con una pastora que se hace arrumacos con su pastor, igualito que en las Églogas de Garcilaso (¿eran de Garcilaso, no?). Al día siguiente, gracias a un crecimiento fungoso inesperado, el pastor se ha vuelto caballero, con yelmo y todo, y la pastora está embarazada (sucede en las mejores familias), o quizás se transformó en bruja… o ambas cosas a la vez. A veces veo astronautas, a veces demonios, a veces me encuentro con un jefe sioux y su tocado o una dama como la Pompadour. Cuando me agarra el insomnio, la luz del televisor anima dragones en el techo, o caras que me miran con silencioso reproche, las muy turras, en lugar de agradecer mi poco interés en esos productos de limpieza que, quizás, podrían erradicar sus bocas mudas, sus ojos enjuiciadores. Y que tal vez, como por arte de magia, convertirían esta pocilga en una de las brillantes imágenes hogareñas con las que la publicidad nos bombardea todo el santo día. ¿Cómo harán esas señoras para tenerlo todo tan resplandeciente y verse, al mismo tiempo, tan arregladitas, tan monas, tan delgadas... Y tan chochas de la vida, vamos, como si la salvación de su alma dependiese del brillo de los azulejos o los artefactos sanitarios. Pero ya me fui por las ramas. Les estaba diciendo que a mí ya no me molestan las manchas de los techos, ni las de las paredes. Al contrario. Porque desde hace unos días descubrí que, justo en la pared del fondo de la cocina, ahí mismo donde tan lindo sería tener una ventana, ha aparecido una gran mancha rectangular. Hasta a mi marido, que lo que se dice imaginativo mucho no es, le ha llamado la atención. Pero él no ve más que un rectángulo, y lo único le asombra es que los hongos adopten una forma tan simétrica, tan precisa, tan parejita. Yo, que quieren que les diga… yo, veo una puerta. Y atrás de ella, un parque. Con sol, árboles, un camino largo y verde. Lo único que todavía le falta a esa puerta es un picaporte o algo por el estilo. Ya me veo apoyando la mano en él, ya lo siento girar bajo mis palmas, ya imagino el momento en que la puerta, sin más resistencias, ceda y se abra para mí. Supongo que sólo será cuestión de tener un poco más de paciencia. Y sigo esperando, la boca muda, los ojos bajos, el momento en que pueda de una vez por todas, cruzarla.

4 comentarios:

Manuel Taskar dijo...

¡Increíble, Olgui! Me encantaría ilustrar este cuento. ¿Puedo?

Olga A. de Linares dijo...

¡Por supuesto que podés, Manu! Eso ni se pregunta, joven. Un beso

Anónimo dijo...

Olga: te tengo entre mis selectos...deseo que te lea el mundo entero (si es que el Mundo pasara por nuestras puertas)
Hermoso este cuento.
A los poemas, los comenta el sentido de cada palabra. Excelente.
Un beso grande que espero poder darte pronto, en directo.
Vivi

Anónimo dijo...

Palabras de mi madre, escribe como acaricia, mira... y ve. Sueña que no sufre. Hace los mandados e imagina una aventura. Smog, abandono, soledad... y el tiempo, su corazón no lo ignora, lo combate.
Huella en mi alma, ejemplo y sendero...
Sus miedos son los suyos, pero parecidos a los mios. Su inocencia infantil, su tesoro y mi herencia.
Añoro aún mi infancia, ella no escribía, pero me vestía con una camiseta y otros trapos contra mañanas (muy)húmedas y (mucho más)frías (pero abrigaba con su abrazo). Momentos en el cuarto, mientras era yo el acompañado por caras y criaturas de las manchas de pobreza; exorcista de los monstruos en las noches en que me asfixiaba y ella no dormia.

Gracias también por éste beso, por transformar la imperialista realidad en una ventana en la cocina.