miércoles, diciembre 31, 2008

Peligros de leer el diario

Pasó tembloroso entre titulares que lo zarandearon a fuerza de terremotos, inundaciones y otras catástrofes. Soltó con rapidez la Política Internacional, que siseaba amenazante, pero casi se ahoga en la cenagosa situación local. En el sector Economía, unos números ávidos intentaron quitarle el anillo de bodas a mordiscos, pero logró escapar más o menos indemne. Cultura lo recibió con los brazos abiertos, feliz de recibir visitas inesperadas. Fue lamentable que ese día estuviera acompañada por unas reseñas venenosas y dos poemas que, enfrentados, se calificaban a dúo de “intelectualoide snob” y de “cursi”. Como los dos le parecían patéticos, y antes de ser forzado a actuar como Salomón, optó por una prudente retirada. Distraído por la pelea literaria, cayó en Policiales. Fue un milagro que evadiera las puñaladas y tiros allí emboscados, pero no pudo evitar que unas horribles manchas sanguinolentas cayeran sobre los pantalones recién traídos de la tintorería. Un par de partiquinas siliconadas se le colgaron del cuello al atravesar las páginas de Espectáculos, pero pronto perdieron interés, al comprobar lo vacíos que estaban sus bolsillos. Una, con la maligna intención de causarle un problema doméstico, estampó los labios en el cuello de su camisa. Los clasificados, igual que en un mercado persa, lo acosaron ofreciéndole el oro y el moro, sordos a sus protestas y ciegos ante su evidente falta de poder adquisitivo. Ni siquiera pudo relajarse en el sector Deportes, donde un tenista enojado le arrojó su raqueta por la cabeza, todos los referí le sacaron tarjeta roja al mismo tiempo, y un perro policía le ladró hasta forzarlo a derivar hacia la página de los chistes. Ellos, con empeño de payaso, le palmearon el hombro, le hicieron cosquillas, le estiraron las comisuras hasta hacerlo parecer la máscara de la Comedia. Por desgracia, él siempre había odiado a los payasos. Agotado, sacando fuerzas de flaqueza, se levantó para cambiarse el pantalón y tratar de limpiar la mancha púrpura de su camisa; ella, sin duda, le resultaría mucho más difícil de explicar a su mujer que las manchas de sangre. Y pensó seriamente en dejar de comprar el diario. Cada día era más riesgoso atravesar sus páginas. Imagen: "El sueño de la razón..." (F. Goya y Lucientes)

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