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Bailan en el centro de la pista, creyéndose amados por la vida.
No le prestan atención, pero su sangre sabe que está ahí, vestido blanco salpicado de oro y falsa pedrería, rostro de porcelana sonriente, gesto amable que incita a seguir danzando.
Y a olvidar que en la pista danzan también monstruos y fantasmas, inocentes y réprobos, solitarios y demonios.
Obedientes, absortos, olvidan también que cada giro los acerca a la otra, su gemela, la de la oscura presencia y mirada compasiva.
Esa que espera, paciente, al otro lado del ruedo, donde la música se apaga poco a poco...
Imagen: "Danza de la vida", de Munch
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