.jpg)
Cuando lo vio, recién nacido, no le dio mayor importancia.
Pequeño, enclenque, miserable, no le pareció peligroso para nadie. Y menos aún para él.
Era apenas uno más de los tantos, casi siempre huérfanos, con los que tropezaba a diario, y que no llegaban nunca a nada.
Ocupado en sus propios asuntos, no prestó demasiada atención a su crecimiento aunque, a veces, la incómoda sensación de que se fortalecía y desarrollaba más allá de lo conveniente empezó a rondarlo.
Pronto descubrió que, en ocasiones, él ejercía el control.
Y por fin comprendió que no debió subestimarlo, ni dejarlo desarrollarse hasta este punto.
Ahora, enfrentado al monstruo iracundo y sombrío, al deseo de muerte que se agazapa en sus garras, al veneno que destila su boca, sabe que ese Odio sin destino terminará devorándolo.
Imagen: Odio (Salvador Dali)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario